Editorial Edición 6
En un mundo cada vez más digital, la IA se ha convertido en una pieza clave de transformación para múltiples industrias. En la publicidad, su incursión plantea nuevas oportunidades, pero también desafíos sociales, éticos y culturales.
La IA ha entrado con fuerza en el mundo del marketing y la publicidad, ofreciendo un abanico de posibilidades que antes parecían lejanas. Hoy, gracias a ella, las marcas pueden personalizar mensajes, optimizar campañas en tiempo real y producir contenidos a una rapidez inédita.
La eficiencia es innegable: segmentación precisa, reducción de costos y capacidad de experimentar con nuevos formatos creativos.
Sin embargo, este avance trae interrogantes. ¿Hasta qué punto la creatividad humana puede verse desplazada por algoritmos? Existe el riesgo de campañas homogéneas, pérdida de autenticidad y dilemas éticos relacionados con la privacidad de datos y la transparencia en el uso de la IA. Además, la falta de regulación clara abre un debate sobre derechos de autor y responsabilidades en la creación de contenidos generados automáticamente.
A la vez, la IA plantea un cambio profundo en los roles dentro de la industria. Muchas tareas repetitivas pueden automatizarse, liberando tiempo para la estrategia, pero también obligando a profesionales y agencias a reinventarse. El desafío será transformar la amenaza en oportunidad, invirtiendo en conocimiento y en un uso consciente de estas herramientas.

Entonces la IA no es ni puramente aliada ni puramente amenaza: es un instrumento con enorme potencial, pero cuyo impacto dependerá de cómo se use. En Bolivia, si se aprovecha bien, puede impulsar competitividad, creatividad local y acceso para muchos más actores al mundo digital. Pero si no se gestionan bien los riesgos —originalidad, equidad, transparencia, entre otras—, se corre el riesgo de que todo se vuelva parecido, se pierda la riqueza cultural y algunas personas queden fuera.
La IA no es el enemigo, pero tampoco el salvador. No se trata de abrazarla, ni de temerle, sino de controlarla. Porque la máquina, por sí sola, no inventa pasión, ni visión, ni emoción, es una herramienta que sin la mirada humana carece de alma, no construye nada: solo produce ruido. El mañana de la publicidad dependerá de quienes sepan guiar la máquina con intuición y creatividad, de quienes comprendan que la emoción auténtica es el verdadero motor de una marca. Lo único que aún parece intocable, esa chispa humana que conecta.
Pero la gran incógnita queda abierta y es esta: ¿esa emoción será siempre un privilegio humano… o llegará el día en que la IA también logre imitarla con perfección?
Lo hablaremos en unos años… ¿o meses?

Lorena Encinas
Comunicadora